lunes, 15 de abril de 2013

La amante inoportuna



-¿Sabes que han pasado casi dos años y todavía siento algo por ti?
-No te creo. Eso es imposible, estoy seguro.
-Pareces tener todas las respuestas, ¿no te has parado a pensar en que pudieras estar equivocado? Es que me parece tan difícil sentir esto yo sola… Me duele pensar que no lo sabes, cuando es preciso.
-Yo nunca me equivoco, deberías saberlo. Tú mejor que nadie conoces el alcance de mi virtud.
-Sí, pero no me vas a convencer. ¿Sabes? Hay personas que se enamoran y lo hacen para siempre. Que después de un amor grande, grande, conocen otros, aunque guardan rescoldos que no terminan de extinguirse. Que podrían volver a encenderse.
-Eso no parece muy práctico. Y además le resta validez y frescura a los que vienen detrás.
-Tú lo que tienes que hacer es dejar de ser tan racional, permítetelo al menos una sola vez. Ponte la mano en el corazón y dime que no sientes nada por mí.
-No siento nada por ti.
-Entonces no hay nada más de qué hablar, ¿verdad?
-Podemos hablar de mil cosas, de lo que tú quieras.
-Ya, pero es que a mi lo que me interesa que me digas es que me quieres, o no, lo único que espero es que me abraces y punto, que yo sienta. Que te note entre los brazos. Que vuelva. Es que lo necesito. Mira, mejor me voy.
-Entonces, adiós.
-¡Por favor! ¿Serías capaz de dejarme ir así? ¿Tú no te das cuenta de que me voy con la seguridad de que no me quieres y que a pesar de haberte confesado que yo sí, no tienes reparos en despedirme sin despeinarte? Tengo la sensación de enfrentarme a un muro de piedra, ¿eres de piedra? Déjame que toque, no. No lo eres. ¿Pero es que no me has querido nunca?
-Qué absurda te llegas a poner. Haz el favor de componerte y dejar de hacer el ridículo.
-Bien.
-Bien.
-Pero déjame decirte que…
-¡No, basta ya! ¡Déjame en paz! Anda, vete ya, que te estás poniendo melodramática y me colocas en una situación muy comprometida. No te soporto.
-¡…!
-¿Ves? Esto es lo que nunca te he podido perdonar. Quieres ahondar, quieres contagiarme con tus ganas de amar, quieres que todo sea como tú quieres, quieres, no, necesitas -tú lo has dicho- que te quiera, y yo no puedo quererte. ¿Entiendes? No puedo quererte.
-No necesitas ser tan explícito.
-Sí, sí necesito -tu verbo favorito, “necesitar”- serlo, querida. Sabes que no puedo pero no tienes inconveniente en seguir con tus pretensiones. Es que es increíble. Parece que llevas una venda en los ojos, es incomprensible tu falta de…
-Creo que ya es suficiente.
-Sí, lo es.
-Lo mejor será que no volvamos a vernos.
-Sí, será lo mejor.
-Pues entonces esta será la última vez que nos veamos.
-Como tú digas.
-No, como yo diga, no. Este es el fin porque no hay otro camino. Mírame, anda.
-No entiendes nada. De esto ya hemos hablado otras veces. ¿Qué quieres conseguir?
-Mirarte. Mírame.
-Vale, te miro.
-De frente.
-De frente, no tengo inconveniente.
-Que no te entiendo, dices. Siéntate, que no puedes irte sin que te diga cuatro cosas.
-Desahógate si es lo que quieres, pero cuando termines, cojo la puerta y desaparezco. Es preciso.
-Así será.
-Adelante entonces.
-No creas que no te entiendo, porque no es cierto. Te entiendo a la perfección, pero hay una gran diferencia entre entender, y aceptar. Entiendo que sintieras un vacío, que quisieras medir tus fuerzas; entiendo que buscándote, me encontraras y entiendo que no pudieras controlarte porque también yo te lo puse fácil. Pero no acepto que te fueras, aunque me veas así, puesta de limpio y tranquila, no acepto, no. Entiendo que una vez te tiraste de cabeza a la piscina perdieras de vista el flotador y te hundieras más de la cuenta, que quisiste controlar la situación pero se te fue de las manos, entiendo que pensaste que también para mí era un juego, que quisieras irte porque hay cosas que aún deseándolas, no son posibles. Lo que no puedo entender es cómo tuviste el valor de hacerme daño, a mí, que te quería tanto, y todavía puedas ponerte los pantalones por los pies. Debes sentirte muy mal contigo mismo, si algo te conozco, lo sé, lo tuyo es insufrible. Debes estar maldiciendo el momento en que me conociste, el ovillo que día tras día te enredaba a mí y la hebra que suelta, no señalaba a ninguna parte. Seguramente debes estar avergonzado, y no es para menos, porque dejaste llegar la situación demasiado lejos. Ahora tienes dos penas, haberme conocido y haberme abandonado. Te está bien empleado, pero te entiendo. Lo que no acepto es que me hicieras daño para salvarte, había mil formas de salir de aquello sin herirme, lo sabes, no eres idiota, pero preferiste el camino más lento y sangrante, no ahorrándome un solo segundo de tristeza y dejándome secos el llanto y la garganta de llamarte. No voy a largarte ningún sermón sobre tu incapacidad de amar porque sabes hacerlo y no te haría justicia, yo te amé con todo mi corazón y estoy segura que tú también a mí, al menos de vez en cuando. Tampoco yo quería más, ahí te equivocaste. Confundir cantidad con calidad es un error que no suelo cometer, y antes de elegirte a tiempo completo, preferí llevarme de lo bueno lo mejor, a tiempo parcial. Ahora, que el precio que me hiciste pagar y el asiento de primera fila desde el que me viste llorar, debería alguien cobrártelo. A los hombres se les reconoce porque hacen frente a sus errores, y al resto, por todo lo contrario. A ti te gustó demasiado el asiento delantero de esa furgoneta loca donde tú conducías y yo daba bandazos en la parte trasera, de un lado a otro en cada curva, golpeándome con saña. No creas que lo que quiero es perdonarte porque te haya entendido, que no es eso. Lo único que quiero que sepas es que te he querido de forma demasiado pura, como no merecías. Venías y ni tú mismo sabías el bien que te hacías, por eso te hundías cada vez más, inconsciente, encontrándome, amándome. Lo recuerdo y bien que me pesa, porque yo también te maldigo muy a menudo. Y ahora me tragaré todo esto y tú volverás a tu casa, con tu familia, que es donde tienes que estar. Y yo volveré a alejarme, porque así está de Dios que pase.
-¿Has terminado?
-He terminado.
-Pues ahora me toca a mí. Yo también tengo cosas que no puedo decirte. ¿Crees que es fácil para mí? ¿Qué te olvidé como el que olvida un paquete de tabaco en la barra del bar?
-Entonces, no estoy equivocada. Tú también lo sientes.
-Ya estarás más tranquila…
-No, no es tranquilidad lo que siento. Lo que siento es que me ahogo.
-Ya tienes lo que querías, y ahora te ahogas. Me pides que sea irracional, que olvide todo cuanto me ata, que me entregue a ti, que cumpla contigo, con lo que sientes, que me abandone. Pero…te ahogas.
-Déjalo, déjalo estar como está.
-No, ahora vas a tener que oírlo todo. Eres muy egoísta, nunca te has conformado con la realidad. Ahora no te detendrás, no te basta con saberlo, ahora querrás más. Me querrás a mí. Y aunque ya lo hemos hablado y dices entenderlo, no te das por vencida. Mírate, ¿ves? Deberías ver lo que yo veo.
-Hay gente que se vuelve loca con mucho menos. Me parece increíble que te diga que te quiero y el resultado sea toda una retahíla de reproches. Esto solo se te puede ocurrir a ti. Comprendo, no me molesta repetirlo, que no puedas corresponderme, pero me niego a irme si me vas a seguir mirando con esa cara de…
-¿De qué? Dilo.
-De cabrón.
-Estupendo. Mira, vamos a dejar el tema porque no conduce a nada. Me temo que lo único que podemos hacer es dejar de dramatizar y volver cada uno a su casa. Por muchas palabras que ahora malgastemos, lo único que vamos a conseguir es sacarnos de quicio. Las cosas están como están, yo, casado, tú, no. Y eso es algo que no vamos a alterar discutiendo. Personalmente no estoy por la labor de aclarártelo otra vez, ni de seguir faltando a mi familia, que no se lo merece, solo por complacerte, y mucho menos por complacerme a mí mismo. No tengo ningún derecho.
-¿Harás el favor de meterte tus explicaciones por donde te quepan? ¿Pero es que me has tomado por imbécil? ¿Qué palabra de todas cuantas me dices, crees que no comprendo? ¿He dicho o hecho algo malo para que me hables así? Me sienta como un tiro que intentes ponerte por encima de mí para explicarme todo lo que siento. ¡Eh! Que yo he estado aquí, que lo he visto todo. Ahora no vengas a ponerme al día. Siento lo que tú sientes, y lo que me parece de locos es que estemos haciendo de esto una discusión. He llorado tanto que creí partirme viva, y no ha habido una sola noche en que no maldijera tu nombre. Pero…
-Ya estamos con los peros. ¡Valiente amor el que se maldice todas las noches!
-Bueno, si quieres lo dejamos tal cual.
-No, termina. Todavía tengo unos minutos.
-Muy bien, pon en marcha el cronómetro y que empiece la cuenta atrás. Sácame más de quicio, que aún hay grados que subir. Lo que digo es que creo que no sientes nada por mí, cuando la gente se quiere, no sé, cuando la gente se quiere y tiene sentimientos, normalmente esta situación produciría un dolor que no permitiría ni hablar, imagino que hasta angustia. Una encerrona como esta deberíamos llevarla de otro modo, ¿no?
-No lo sé, nunca me había pasado antes algo así, y no tengo experiencia. Me pides unas cosas…
-¿Me pides unas cosas, dices? Esa frase tampoco es propia de esta situación.
-¿Y qué crees tú que debería estar diciendo? No se puede estar soltando rollos sensibleros cada cinco segundos, querida, tú lo sabes. Y además, yo no soy de esos a los que les gusta tirarse al ruedo del romanticismo.
-Sí, algo sé.
-Pues eso.
-Vale.
-Vale.
-Así que es cierto, llevas todo este tiempo callado y no has tenido el valor de buscarme para decírmelo, a pesar de intuir que yo sentía lo mismo. No sabes las veces que esperé una señal, un sí, te quise tantísimo, como a ninguna. Y nada más. Si es que nunca te he pedido nada.
-Y dale… Mira, mejor me marcho.
-Vete, vete. Que ya estoy empezando a ver las cosas claras.
-¿Ah, sí? ¿Cómo qué?
-Pues todo, ahora lo veo todo con claridad.
-Genial.
-Genial, sí. Es liberador.
-No sé si quiero preguntar, pero… ¿tú me has querido alguna vez o solo te gusta fingir que me quieres para amargarte y amargarme la vida? Me pregunto si me he visto arrastrado por tu teatrillo. Te aprovechaste de un hombre casado para poner a prueba tu ego, tu capacidad. Me culpas a mí de todo, no te importar cargar sobre mis hombros todo el daño. Pues hazlo, yo ya estoy acostumbrado.
-No, perdona, pero el que probaba su ego eras tú, el que ya estaba atado y fuera de servicio. Yo solo pasaba por aquí cuando se te ocurrió que podría enamorarme de ti perdidamente, para siempre. Que podrías sembrar en mí algo irreparable, que me sacaría de mis casillas y me volvería tarambana. Algo grande, grande. Algo que por supuesto, a ti no te perjudicaría en nada, ya que después de satisfechas las dudas, tendrías casa y cama caliente con tu mujer, y una señora enamorada allende las puertas de tu hogar que jamás la golpearía para echarte nada en cara. Y así, soñarías todas las noches con su amor imposible, ella con el tuyo, y viviríais como dos idiotas ajenos a todo lo que bajo este sol es cuerdo y lógico.
-Que te crees tú eso, a ella -te lo he dicho siempre- la quiero tanto como el primer día. Lo tuyo ha sido siempre al margen y en nada quebrantaba mi matrimonio. La quiero de una forma diferente.
-No se puede querer a dos personas a la vez, no hay peor ciego que el que no quiere ver. En todo caso, se puede desear y amar a personas distintas. Has confundido el amor con el deseo, ahora lo comprendo todo mucho mejor. Encaja perfectamente. Ya estoy harta de confusiones, de toparme contigo para que distorsiones lo que siento, lo que solo yo y mi almohada sabemos que siento, lo que el techo de mi habitación sabe, lo que yo sabía iba a pasar. Que vendrías, jugarías y te irías, pero no me importó entonces y ahora lo estoy pagando. Poco me importa, lo confieso, habértelo dado todo si con ello te he hecho feliz, me enorgullece. Pero canalla, lo que no te puedo perdonar es este muro de piedras, el de cuando me dejaste, todos los que levantas para no darme explicaciones reales y precisas, para no dártelas a ti mismo, para no tener que enfrentarte a lo que eres. Tú sabrás si me has querido o no, yo tengo muy claro lo que siento y lo que sentí. Siento mucho que no tengas la humanidad para despedirte de mí como alguien a quien has querido. No te conozco. Adiós.
-Así todo es mucho más sencillo, gracias por facilitarme las cosas.
-Te odio.
-Este sí es el fin. Adiós.

(…)


 

- Te alejas orgullosa, mírate. Te quiero, ya no lo oirás. ¡Te quiero! Si pudieras siquiera una vez asomarte y ver la cicatriz que has dejado lo comprenderías todo, pero no debes verla, no, debes mantenerte lejos de la herida o la volverás a abrir. Esto es un desastre, no ha resultado nada fácil alejarte de mí, no sabes las noches que hubiera tomado el coche y conducido hacia ti. Cómo he extrañado no encontrar pelos tuyos en mi americana o rastros de tu perfume en cualquier lado. Cómo me ha dolido estar a este lado de ti, de tus cosas, de todo cuanto antes me daba la vida. Sé que te amo, lo sé pero te veo ahí, quieta, queriéndome, como nadie lo hace salvo tú, y quisiera poder abrazarte y decirte que todo está bien y que… quisiera tener libertad para decirte que te necesito, que lloro como un niño frente a tu recuerdo y que tu perturbadora presencia altera cada minuto de mi realidad. Me gustaría poder acercarme a tu oído y susurrarte tonterías de enamorados, me gustaría poder hacerlo sin pesares, buscando en tus reacciones las mías, en tu mirada la mía, en tu alegría, la mía. Correría hacia ti pequeña, porque eres mi debilidad, porque quiero protegerte y llevarte siempre conmigo, porque quiero recostarme en tu vientre y dejar que vuelvas a pasar tus manos por mi cabello, aliviando, mimando, mimosa. Porque visto por tus ojos todo es mucho más fácil y más hermoso, porque chiquilla, tú tienes un don que me equilibra. Y no puedo darte nada de todo eso. Nada. El corazón me lo retuerzo y no me importa. Lo siento. Es por tu bien. A veces no basta con desearlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario